Su pie derecho rozó el arreglado peinado de una
señora, mientras que con la mano, sin que nadie lo percibiera, cogió un fino
pastelillo de manzana. Una vuelta más, su mano se apoyó en una recia silla de
roble y con espectacular tirabuzón cayó de rodillas en medio de la sala. Quien
no aplaudía era porque aún no superaba el asombro. Finalmente, degustó el
delicioso pastelillo mientras escuchaba congraciado los comentarios del
público.
Se decía
por los alrededores que no era del todo humano, otros decían que tal vez había
sido embrujado, incluso se corría la voz de que provenía de países lejanos e inhóspitos. Lo cierto es que
nuestro simpático y solitario Sprint —que así se hacía llamar desde pequeño—
era admirado y respetado por todo el pueblo. Nadie como él, podía hacer tantas
piruetas y malabares en el aire, ni vivir saltando sin preocupaciones y andar
jugando. Tal era su destreza que quienes lo conocían aseguraban que no
necesitaba caminar… y que el vivir saltando le era tan natural que sólo para dormir
se quedaba en su lugar.
Sprint, sin embargo, salía muy de
mañana de su alejada cabaña, cuando aún los hombres del campo no habían
escuchado los kikirikis. Y en un claro en medio de la enmarañada vegetación
iniciaba todos los días sus prácticas. Para atrás, para adelante, nuevamente de
costado y caer de manos… Ahora desde el árbol y luego con ramas en las piernas…
no era fácil, pero Sprint siempre sabía cómo conseguir los mejores saltos para
impresionar al exigente auditorio.
Contento un día al haber conseguido
un nuevo movimiento, y calculando que los leñadores ya estarían por empezar sus
labores, vio un pequeño que lo observaba atentamente. Con presteza se acomodó
la ropa, hechó para atrás sus cabellos e inició su canto de presentación
mientras de pies y cabeza se dirigía al muchacho. Al llegar a él, se dio cuenta
que tenía la misma extraña mirada que le pareció percibir antes de iniciar las
piruetas. Así que le preguntó con curiosidad:
-
Niño
de a por allí. ¿Por qué es que miras así?
Pero el niño, que no se había impresionado con
los saltos ni con sus raras palabras, permaneció mirándolo con atención.
Sprint, perplejo por la inusitada situación, decidió hacer su mejor esfuerzo
para cambiar la mirada del niño. Pero al oír las voces de los primeros
trabajadores, decidió dejarlo para otra ocasión y se alejó del lugar dando
grandes saltos.
Días después, cuando ya algunos rayos de sol
iluminaban el escondido lugar, Sprint pudo reconocer nuevamente al niño, que al
lado de un árbol lo observaba con atención. Sin perder más tiempo se acercó a
él y vio el mismo semblante que desde el primer encuentro no había podido
olvidar.
-
¿Qué
te entristece niño? —se atrevió a decirle con sencillez—
-
Tú
—contestó escuétamente el pequeño de ojos grandes—
-
¿Son
mis ropas acaso? ¿Mi bincha quizá? ¿O serán los colores de mi cara? He de haber
hecho una mala combinación. Te ruego me disculpes… Pero para alegrarte daré mis
mejores saltos
-
Son
ellos los que me entristecen
Perplejo
por la respuesta, Sprint exclamó fastidiado:
-
¡En
la comarca toda, habráse visto cosa igual! Si donde Sprint va, alegría hay y
admiración sin parangón… Vamos, vamos niño no digas sin sentidos, he de
mostrarte mi último salto y verás cómo contento te pondrás.
-
Ya
lo he visto.
-
Pero
si no puedes haberlo visto. ¡Es mi última invención!
-
Al
ver uno he visto todos.
-
Niño,
te creí más astuto…¿no notas acaso la gran diferencia entre cada salto y
contorsión? ¿No ves que un doble sprintist es muy distinto a un triple sprinter
y un tirabuzón con vuelta diverso por completo a un remolino vertical?
-
Veo,
sí, que haces todo tipo de movimientos
-
Extraña
idea es entonces la que tienes, niño. Dime cómo puedes distinguir todo tipo de
movimientos y sin embargo decir que con ver uno has visto todos mis saltos.
Después de un largo silencio —bastante incómodo
para Sprint por cierto— el niño se levantó
de la piedra blanca donde había estado sentado y tomando su mano le
dijo:
-
He
visto sólo un salto… Y es ése el que importa.
-
Cuéntame
entonces, qué salto es aquél y lo repetiré para ti si es el que te importa
-
No
necesitas repetirlo. Una vez dado, todo es alejarse y alejarse
Sprint no conseguía entender bien las palabras
del niño, pero pudo percibir que no se refería tan sólo a sus movimientos
habituales, así que le preguntó con ansiedad:
-
¿Alejarse
de dónde? No entiendo tus palabras… ¿a qué salto te refieres?
-
Pues
al primer salto. Te he visto saltar de ti mismo.
Impresionado por esta respuesta, Sprint no
tenía más que preguntar. No comprendía todo, eso era claro. Pero tan sólo confió
y dejó que el niño lo guiara de la mano. Así Sprint empezó a caminar… Uno… dos…
de nuevo la derecha, ahora la izquierda y se fueron sucediendo los pasos. Si
algo sabía era que no podía saltar para regresar, debía caminar.
Gabriel Pereyra.
Para ser feliz no necesitas deslumbrar a las personas, sòlo se necesita descubrir que tan feliz eres contigo mismo y con lo que haces, es como un payaso que deslumbra a la gente con su funciòn, pero quièn sabe que tan feliz es el payaso como persona y si realmente le gusta ser payaso, o vivir simplemente esperando que la gente lo aplauda.
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