jueves, 13 de diciembre de 2012

La alegría de servir

Hoy quisiera reflexionar sobre una de esas realidades que hace más hermosa la vida cotidiana.

¡Cuántas veces hemos experimentado una alegría profunda al hacer un favor, al acercarnos con una sonrisa a una persona triste, al ofrecer un hombro a un amigo que llora, al atender a una persona enferma, al ayudar con nuestro consejo a alguien que sufre, al regalar nuestro tiempo a quien no lo tiene o nuestra presencia a quien la necesita! Recordemos un poco. ¿Qué hemos sentido en esos momentos? ¿Qué sensación se expandió e inundó nuestro corazón? ¿No fue acaso esa cálida y armoniosa emoción que llamamos alegría? ¿Y qué relación misteriosa se entabló con la persona que ayudamos, por más que haya sido un desconocido? ¿Qué fibras profundas del espíritu se despertaron y comenzaron a brillar en nuestro interior y en los ojos del otro?





Y es que cuando servimos ponemos parte de nuestra vida a disposición del otro y eso, por la misteriosa y hermosa naturaleza de la que estamos hechos, nos hace felices. Quien sirve mira al otro. Es el primer paso. No hay servicio sin atención, reverencia y apertura al otro. Y solo eso ya humaniza y alegra una enormidad. Ver al otro significa abrirse a su misterio, a su realidad en el aquí y ahora. Ver al otro significa estar atento a su mirada y dejarse tocar por ella y por la vida que está por detrás. Y luego de mirar al otro nos ponemos a su disposición y buscamos sacar del baúl de nuestro tesoro la joya que más le ayude. Por eso servir es poner una vida en contacto con otra, un tesoro en armonía con otro. Servir es el encuentro entre dos misterios que se abren uno para ayudar y el otro para ser ayudado. Y como fruto de ese encuentro ambos misterios quedan enriquecidos: el que se acercó a ayudar es ayudado y el que se dejó ayudar, ayuda.

¡Y cómo no alegrarnos profundamente al ver el bien que realizamos en el otro, por muy pequeño que parezca o que sea! ¡Cómo no alegrarse ante el bien! ¡Cómo no dejar que nuestro interior salte y baile de alegría al ver el bien en el otro! Creo que la experiencia de haber ayudado a otra persona es una de las experiencias más reconfortantes de la vida. Es una de esas experiencias que nos hacen decir: es hermoso vivir, la vida vale la pena.

¿Qué tal si lo hiciéramos más? ¿Qué tal si lo practicásemos a diario? Y… muy importante: ¿Qué tal si al hacerlo dejásemos que la alegría de servir inunde nuestro interior? Servir al otro, dejarse servir y nutrirse del manantial de alegría que de ello brota. ¡Qué hermoso programa de vida!

jueves, 6 de diciembre de 2012

“La felicidad sólo es real…”


Citemos una vez más a Christopher McCandless, el joven que se fue a Alaska buscando la felicidad y lamentablemente murió hace veinte años dentro de un bus abandonado. Desde que conocí su historia hubo dos hechos que me llamaron mucho la atención. Del primero ya escribí en el artículo anterior, así que hablemos del segundo. Entre las líneas de un libro que llevó consigo, Chris con letra frágil escribió una frase que en mi opinión es genial e impactante: «Happiness only real when shared» (La felicidad sólo es real cuando es compartida).



La frase no dice dónde encontrar la felicidad ni en qué consiste, sino que evidencia una condición. Para que se pueda hablar de felicidad, para que ésta sea real, tiene que ser compartida. No hay felicidad solitaria, podríamos decir. La soledad y la felicidad no van juntas.

Pero ¿qué significa compartir la felicidad? No creo que se refiera únicamente a tener a alguien al lado mientras se es feliz. Ni tampoco a contarle a alguien lo feliz que soy. No podemos saber a qué se refería Chris, pero sí podemos reflexionar a partir de la pista que nos dejó.

Creo que se comparte aquello en lo que otros tienen parte, es decir compartimos algo en lo que participamos con otros. Cuando miro un atardecer hermoso junto a alguien, estoy compartiendo la experiencia. Cuando sufro una pena con otra persona, estoy compartiendo el dolor. Cuando me río junto con otros, estoy compartiendo la alegría. Lo mismo sucede con la felicidad. Cuando vivimos con otros lo que nos hace felices día a día, estamos compartiendo la felicidad. Cuando se camina juntos hacia el horizonte de la felicidad, se está compartiendo la felicidad.



Ahora bien, con la felicidad no pasa como con el atardecer o el dolor. Hay una diferencia importante. El atardecer puede no compartirse y sigue siendo muy real. En cambio la felicidad no compartida se desvanece, se desfigura, al punto tal que podríamos decir que sin los demás no hay felicidad. Por ello creo que la felicidad es un horizonte hacia el cual es indispensable caminar de la mano con otros. O desde otra perspectiva, la felicidad es una experiencia de plenitud que solo se da auténticamente cuando se vive con otros.
 
¿Y cómo compartir la felicidad en lo cotidiano? Responder esta pregunta implicaría muchísimas páginas.  Así que sólo diré tres cosas que me parecen fundamentales. Lo primero es compartir las experiencias profundas que nos hacen ser felices con las personas con quienes queremos ser felices. Lo segundo es buscar una comunión en el ideal de felicidad, pues si hay horizontes diferentes cada uno caminará por su lado. Y es evidente que no se puede caminar juntos si uno va hacia el sur y otro hacia el norte. Y por último es necesario aprender a caminar juntos hacia ese ideal día a día y paso a paso.

Hasta la próxima…

jueves, 29 de noviembre de 2012

Alaska y la búsqueda de la felicidad





Hace veinte años murió un joven llamado Christopher McCandless y hoy en día se ha convertido en un ícono para muchos en Estados Unidos. Christopher terminó la universidad con un profundo vacío interior. Estaba hastiado de la superficialidad, del materialismo,  de lo falso e inauténtico de muchas personas, y buscaba una vida con sentido, una vida libre y feliz. Así que decidió donar sus ahorros de 24 mil dólares, desligarse de todos y de todo y, sin avisarle a nadie, emprender un viaje como mochilero hasta Alaska donde viviría alejado de la sociedad y en armonía con la naturaleza. Y así lo hizo. Llegó a Alaska y vivió unos meses solo, apartado de todo y rodeado de un paisaje hermosísimo. Pero al cabo de un tiempo de cuestionamientos y reflexión, se dio cuenta de que ahí no estaba la felicidad ni el sentido de su vida y decidió regresar. Lamentablemente sus planes se vieron frustrados.  Ya era primavera y la gruesa capa de hielo que había cubierto el río en invierno, se había derretido. El río era ahora demasiado caudaloso y era imposible cruzarlo. Así que tuvo que regresar al autobús abandonado que le había servido de refugio durante los meses anteriores y esperar y esperar... Sin mapa, ni alimentos, ni entrenamiento de supervivencia, Chris murió de inanición. El 6 de septiembre de 1992, dos excursionistas y un grupo de cazadores de alces encontraron esta nota en la puerta del autobús: «S.O.S., necesito su ayuda. Estoy herido, cerca de morir, y demasiado débil para hacer una caminata. Estoy completamente solo, no es ningún chiste. En el nombre de Dios, por favor permanezcan aquí para salvarme. Estoy recolectando bayas cerca de aquí y volveré esta tarde. Gracias, Chris McCandless. Agosto ?». Los cazadores entraron al autobús y lo encontraron muerto  en su bolsa de dormir, con apenas 30 kilos de peso. Llevaba muerto más de dos semanas. 



  
¿Qué impulsó a Chris a hacer ese viaje hasta Alaska? ¿Qué lo movió a vivir solo en medio de la naturaleza? ¿Un simple deseo de aventura? ¿El querer desligarse de todo y fugar del mundo? Según lo que escribió en su diario personal, fue algo mucho más profundo. Christopher estaba buscando un sentido auténtico para su vida, una vida coherente con sus anhelos más profundos. Estaba buscando la felicidad. Y la buscó a un altísimo precio.

A veces el ritmo agitado de la vida, las necesidades económicas, las presiones sociales, ciertos paradigmas superficiales y algunas exigencias autoimpuestas nos van llevando a no escuchar el deseo interior por ser felices. En vez de ser el motor que nos impulsa, la búsqueda de la felicidad queda relegada a un bonito ideal que tal vez algún día se pueda atender. Poco a poco se va disociando la vida cotidiana de la búsqueda de la felicidad. Y tarde o temprano esta opción se paga con altas cuotas de frustración, vacío interior y sinsentido.

Creo que no es difícil coincidir en que la búsqueda de la felicidad es una tarea personal de gran importancia. El asunto es cómo estamos cumpliendo esa tarea. Tal vez un buen punto de inicio es armarse de valor y en un momento de silencio interior preguntarse con sinceridad: ¿Cuán feliz soy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Cómo puedo ser más feliz?

Cristopher McCandless sugirió en una de sus últimas notas que no es necesario irse a Alaska para encontrar la felicidad… Tal vez el camino esté más cerca de lo que se piensa. En todo caso, está claro que si se quiere encontrar algo hay que tomar la decisión de empezar a buscarlo. Ése es el primer paso.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

El ganso y el caballo



El otro día me topé con una antigua fábula que me hizo pensar. Aquí se las cuento…

Cierto día un ganso de esos que andan con el cuello bien levantado y buscan tener todas las plumas acomodadas estaba haciendo su típico paseo matutino por la granja. Sus patas cortas no le permitían caminar con mucha elegancia ni rapidez, pero a él poco le importaba. Avanzaba erguido y con paso casi marcial, abriendo las alas de vez en cuando haciendo ademán de emprender el vuelo. Cuando llegó a la pequeña laguna donde la familia de los patos pasaba casi todo el día, se zambulló con mucha distinción y aprovechó para conversar desde el agua con tres ovejas a quienes les encantaba ese pasto largo y fresco que crece en los límites de los lagos. Estaba en esta amena conversación cuando de pronto vino el caballo a beber un poco de agua. Saludó a todos con circunspección y terminado su oficio emprendió su camino de regreso.

El ganso salió rápidamente del agua y le dijo:
“Orestes” –que así le había puesto su amo- “hace tiempo te quería comentar algo”.  
“Dime”, respondió.
“¿Te has dado cuenta que yo puedo caminar y correr por la tierra, puedo nadar en el agua y también puedo volar por los aires? Puedo habitar en los tres espacios y así evitar muchos peligros y divertirme muchísimo. En cambio tú… pobre… sólo puedes estar en la tierra”.

Orestes, que ya conocía al ganso desde que salió del cascarón y estaba acostumbrado a sus impertinencias, le dijo calmadamente: “Es verdad mi querido ganso. Pero también es verdad que tú no puedes nadar tan rápido como un pez, ni tienes en el agua la habilidad de un delfín, ni la gracia de un cisne. Tampoco puedes volar tan alto como un cóndor, ni tan rápido como un águila, ni tan lejos como un albatros. Y en la tierra te mueves con dificultad. El perro más pequeño te gana en velocidad y hasta las ovejas caminan con más armonía que tú. En cambio yo, que sólo puedo vivir en la tierra, mira con qué gracia me muevo.  No tengo alas, pero con estas piernas puedo correr muy rápido y con mi fuerza puedo arrastrar muchísimo peso. Soy el animal preferido para transportar a los amos y también el más grande y brioso de toda la granja. Así que prefiero ser un caballo y habitar solo en la tierra que ser un ganso en tierra, agua y cielo”.

Esta pequeña fábula nos evidencia que tu desarrollo personal pasa por descubrir cuáles son los dones y capacidades que has de desplegar. Y una vez hecho eso, dedicarte con esmero a hacerlos crecer y fructificar. Es mejor concentrar tus esfuerzos en desarrollar tus fortalezas -por más que sean pocas- que dispersarte en muchas opciones y no llegar a ser bueno en ninguna.

Te dejo unas preguntas:
¿Conoces cuáles son tus principales dones y capacidades?
¿Qué estás haciendo por desplegarlos? 
¿Cómo te  pueden ayudar a ser feliz y a hacer feliz a los otros?
 

jueves, 15 de noviembre de 2012

¿Qué es Personal Development?



Ayer en el cumpleaños de una amiga, una persona me preguntó a qué me dedicaba. Yo le respondí: “A Personal Development”. “¡Ah qué interesante!”, dijo y añadió rápidamente: “¿Y qué es eso?”…  La música, los saludos de la gente que iba llegando, los mozos y unos tequeños de lomo saltado que estaban buenísimos, confabularon para que el mensaje no llegara con claridad. Así que decidí ponerlo por escrito, de forma que la próxima vez que me alguien me pregunte, pueda darles la dirección del blog y evitar el peligro de atorarme o saludar a una amiga con un apretón de manos! Ahí va…

En forma resumida, Personal Development es una propuesta positiva de desarrollo humano en la que busco ayudar a las personas a crecer integralmente en las diversas dimensiones y ámbitos de sus vidas. Y ello se concretiza mediante asesorías personales principalmente y también algunas actividades grupales de formación y capacitación.

Esa es la respuesta corta. Pero hay mucho más que decir y explicar. Así que a continuación coloco la respuesta larga y más fundamentada para aquellos que estén interesados.

El decir que es una propuesta implica que posee una visión antropológica de fondo. Creo que para poder ayudar a una persona a crecer humanamente, es necesario tener una idea sólidamente fundada sobre la naturaleza de la persona humana, su identidad, los diversos elementos que configuran el misterio que es y la interacción entre ellos, las dimensiones de su ser y la sinergia en la que confluyen, así como los ámbitos en que se despliega su existencia y cómo contribuye cada uno en la configuración de la vida. Junto con esta visión de fondo, el Personal Development que planteo posee un estilo particular. Existe un modo de brindar la ayuda a los demás que parte de una aproximación reverente a cada persona y constituye el ámbito en el que se desarrolla toda la asesoría. Este estilo posee unas características específicas que son plasmación de la concepción antropológica de fondo y que se han ido forjando durante los años. Por último, en cuanto propuesta práctica, el Personal Development incluye una serie de herramientas y métodos que he probado a lo largo del tiempo y cuya aplicación ha resultado muy beneficiosa.

Otra característica central de esta propuesta es su enfoque. El Personal Development busca ser una asesoría eminentemente positiva, pues se orienta a desplegar los propios dones, crecer en las virtudes y desarrollar las competencias personales. Digamos unas palabras sobre estos tres elementos. Todos hemos nacido con una serie de dones o talentos que hemos ido desplegando con mayor o menor éxito a lo largo de nuestra vida. Esos dones son parte de quiénes somos y pueden contribuir decididamente a forjar aquello que estamos llamados a ser. Incluso en muchos casos actúan como brújula para descubrir el sentido de nuestras vidas. Por ello creo que conocerlos y desplegarlos libremente es un paso fundamental en el desarrollo personal. Las virtudes por su parte, nos ayudan a buscar y realizar el bien. Las entiendo como hábitos estables forjados mediante la repetición de los actos para la consecución del bien deseado. Habiendo sido un componente esencial de la paideia griega, de la educación latina y de la forja del mundo cristiano, existe una tradición milenaria que sustenta y alienta su aplicación. En tercer lugar tenemos las competencias personales, que pueden entenderse como las capacidades, conocimientos y recursos adquiridos mediante el aprendizaje que nos ayudan a obrar eficazmente. Así pues, dones, virtudes y competencias son tres vías fundamentales para el crecimiento personal y en ellas nos enfocamos. Ciertamente para ayudar en el desarrollo, es necesario también atender aquellos problemas que lo impiden o retardan. Pero nuestro enfoque no es principalmente solucionar un problema por la incomodidad, desadaptación o consecuencias negativas que pueda generar, sino para lograr crecer como ser humano y facilitar el despliegue de los aspectos positivos de la persona.

El Personal Development busca ser una propuesta integral. Es decir comprende a la persona ante todo como una unidad y considera las dimensiones y elementos que componen esa unidad bajo esta perspectiva.  La dimensión biológica del ser humano está intrínsecamente unida a la psicológica y ambas a la espiritual. Por ello las diversas realidades que descubrimos al aproximarnos al ser humano no han de entenderse ni atenderse de forma autónoma o excluyente.  Como consecuencia práctica de esta unidad, en las asesorías nos aproximamos a las diversas áreas de despliegue personal considerando su continua interacción y buscando su desarrollo armónico.

La vida humana se da en diversos ámbitos, tal vez para simplificar podemos considerar que los principales son la familia, el trabajo y la sociedad en general. El Personal Development, con una aproximación holística al ser humano, busca estar atento a que cada uno crezca y se desarrolle equilibradamente en todos ellos. La persona que trabaja, vive en familia y está rodeada de la sociedad es una sola. Así que es recomendable brindar una ayuda transversal a estos ámbitos, centrándose cuando sea necesario en alguno de ellos.

Otro pilar consiste en la convicción de que cada persona es un misterio único e irrepetible. De esta conciencia se deriva una tremenda exigencia para quien quiera ser asesor de otros: considerar a cada persona como un universo y atenderla como tal. Por ello la reverencia ha de ser una de las características fundamentales de quien quiere ser asesor de desarrollo personal. No existen técnicas que funcionen para todos, ni métodos que se puedan repetir como una pastilla. Cada persona ha de ser tratada como lo que es: un misterio. Y la asesoría que se le dé ha de ser tan única e irrepetible como lo es cada persona.

Los cinco pilares o elementos fundamentales del Personal Development se plasman en un sexto: la asesoría. “Asesoría” es un sustantivo derivado de “asesor”, que a su vez proviene del latín assessor. Su significado original es “quien ayuda”. Está etimológicamente ligada al verbo latino assideo que significa “sentarse al lado”, “sentarse junto a”, “hacer la guardia”. Al optar por usar el término “asesoría” lo hago abrazando su significado latino y las ideas afines a él. Una asesoría es la ayuda brindada por quien se sienta al lado de otro y al hacerlo se esfuerza por comprender su mundo, su “asiento” en el auditorio de la vida y el horizonte que tiene en frente y luego de comprenderlo y respetando siempre su libertad, lo ayuda en la tarea que tenga por delante. Una asesoría es en breve, un servicio de ayuda al otro. No es una consejería, que suele estar centrada en dar consejos y dirigir por una senda. No es entrenamiento, que suele estar ligado a la enseñanza de una serie de técnicas para lograr ciertas destrezas. No es terapia, que suele partir de la existencia de un problema a ser resuelto. El asesor busca desde sus conocimientos, su experiencia y su propia vida, ayudar al otro a crecer como persona. Y para ello recurre ciertamente a consejos, enseñanza de técnicas, solución de problemas y otros elementos, pero siempre teniendo en cuenta que el criterio principal de discernimiento es ayudar al otro.

Creo que estos seis elementos explican al menos de manera general la propuesta del Personal Development, así como el servicio que brindo en las asesorías personales y en los talleres de formación. Espero les sea útil. Hasta la próxima…

Gabriel Pereyra.

martes, 13 de noviembre de 2012

Equilibrio entre afectividad y efectividad



Les presento una pequeña cita extraída del libro Feeling and healing your emotions de Conrad Baars:

«Se puede decir que el “corazón” humano está compuesto de las emociones humanas y ennoblecido por la mente intuitiva. Y su “mente” es su razón, ayudada por sus emociones asertivas.
Un adecuado balance entre nuestro estado de “afectividad” (nuestra capacidad de ser afectados o movidos por nuestras emociones humanas) y nuestro estado de “efectividad” (el estar listos para pensar y actuar eficientemente) determina en gran medida nuestra integridad psíquica, nuestra madurez y nuestra libertad con respecto a disturbios psicológicos, espirituales y emocionales que nos incapaciten.»

Antes de seguir, hagamos algunas aclaraciones sobre los términos que usa el psiquiatra holandés, para poder comprender su frase. Cuando habla de emociones humanas, se refiere principalmente al amor, el deseo y la alegría e incluye también el odio, la aversión y la tristeza. En segundo lugar, la mente intuitiva es aquella capacidad humana mediante la cual se percibe de manera directa la verdad sin pasar por un proceso de razonamiento. La naturaleza, el arte y Dios son sus principales fuentes de conocimiento. Hasta allí las dos realidades que confluyen en el “corazón”. Las emociones asertivas, por su parte son principalmente aquellas que nos estimulan a hacer las cosas difíciles y nos dan energía para nuestras acciones. Entre ellas considera la esperanza, el miedo, la ira y el coraje. Y la razón es aquella encargada de procesar la información recibida por los sentidos y conocer mediante la abstracción y el proceso lógico. Emociones asertivas y razón confluyen en lo que denomina “mente”. Luego de estas breves definiciones, sugiero volver a leer la frase de Baars para comprenderla mejor.

En mi opinión, el equilibrio que sugiere Baars entre la afectividad y la efectividad es un interesante aporte para el desarrollo humano. No pocas veces en mi trabajo como asesor personal me he encontrado con personas que tienen una gran capacidad intelectual y son muy eficientes en lo que hacen, pero tienen un conocimiento, dominio y despliegue muy pobre de sus emociones y de sus afectos. El mundo del corazón les es un poco desconocido e inquietante. Como consecuencia suelen alejarse de él y afirmarse lo más posible en su razón y sus altas capacidades productivas. Las emociones asertivas no son un problema para ellos: suelen ser aguerridos y luchadores.  Pero el mundo de la amistad, de la contemplación de la belleza, de la compasión, de la sensibilidad ante los demás, de la reverencia ante el misterio y del amor gozoso hacia otra persona, son como campos minados o piso resbaladizo para ellos. Y ciertamente se les hace más difícil caminar hacia la felicidad y la plenitud personal.

El otro extremo tampoco es extraño: personas con alta sensibilidad interior, capaces de hacer muchos sacrificios por los demás, de alegrarse y sufrir, de querer y llorar, con una mente intuitiva muy desarrollada, pero con muy poca confianza en sí mismos y poca fuerza para lograr sus metas en la vida. El mundo del trabajo los asusta, los proyectos difíciles o duraderos se vuelven enemigos insufribles, los fracasos los aplastan y la vida termina siendo no pocas veces una cuesta que no pueden escalar.

Así que: ni atrofias ni hipertrofias.  La madurez humana se logra poco a poco con un adecuado y equilibrado crecimiento de todas las potencias y capacidades humanas. Y para que ello suceda es necesario atender y cultivar con esmero cada una de ellas, según las características de cada persona. Sólo un desarrollo humano integral puede ser un desarrollo humano auténtico. 

Gabriel Pereyra.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Sí se puede! Un video sobre Nick Vujicic

Mira este video y pregúntate si de verdad no puedes... ¿Qué obstáculo puede ser tan grande para que no seas feliz? En el fondo, la felicidad no depende de los obstáculos, sino de la actitud con que los enfrentamos.



jueves, 8 de noviembre de 2012

Sprint, un pequeño cuento.

Un cuento sobre la autenticidad y el camino hacia el propio interior... Espero les ayude.



Su pie derecho rozó el arreglado peinado de una señora, mientras que con la mano, sin que nadie lo percibiera, cogió un fino pastelillo de manzana. Una vuelta más, su mano se apoyó en una recia silla de roble y con espectacular tirabuzón cayó de rodillas en medio de la sala. Quien no aplaudía era porque aún no superaba el asombro. Finalmente, degustó el delicioso pastelillo mientras escuchaba congraciado los comentarios del público.

 Se decía por los alrededores que no era del todo humano, otros decían que tal vez había sido embrujado, incluso se corría la voz de que provenía de  países lejanos e inhóspitos. Lo cierto es que nuestro simpático y solitario Sprint —que así se hacía llamar desde pequeño— era admirado y respetado por todo el pueblo. Nadie como él, podía hacer tantas piruetas y malabares en el aire, ni vivir saltando sin preocupaciones y andar jugando. Tal era su destreza que quienes lo conocían aseguraban que no necesitaba caminar… y que el vivir saltando le era tan natural que sólo para dormir se quedaba en su lugar.

            Sprint, sin embargo, salía muy de mañana de su alejada cabaña, cuando aún los hombres del campo no habían escuchado los kikirikis. Y en un claro en medio de la enmarañada vegetación iniciaba todos los días sus prácticas. Para atrás, para adelante, nuevamente de costado y caer de manos… Ahora desde el árbol y luego con ramas en las piernas… no era fácil, pero Sprint siempre sabía cómo conseguir los mejores saltos para impresionar al exigente auditorio.

            Contento un día al haber conseguido un nuevo movimiento, y calculando que los leñadores ya estarían por empezar sus labores, vio un pequeño que lo observaba atentamente. Con presteza se acomodó la ropa, hechó para atrás sus cabellos e inició su canto de presentación mientras de pies y cabeza se dirigía al muchacho. Al llegar a él, se dio cuenta que tenía la misma extraña mirada que le pareció percibir antes de iniciar las piruetas. Así que le preguntó con curiosidad:

-          Niño de a por allí. ¿Por qué es que miras así?

Pero el niño, que no se había impresionado con los saltos ni con sus raras palabras, permaneció mirándolo con atención. Sprint, perplejo por la inusitada situación, decidió hacer su mejor esfuerzo para cambiar la mirada del niño. Pero al oír las voces de los primeros trabajadores, decidió dejarlo para otra ocasión y se alejó del lugar dando grandes saltos.

Días después, cuando ya algunos rayos de sol iluminaban el escondido lugar, Sprint pudo reconocer nuevamente al niño, que al lado de un árbol lo observaba con atención. Sin perder más tiempo se acercó a él y vio el mismo semblante que desde el primer encuentro no había podido olvidar.

-          ¿Qué te entristece niño? —se atrevió a decirle con sencillez—
-          Tú —contestó escuétamente el pequeño de ojos grandes—
-          ¿Son mis ropas acaso? ¿Mi bincha quizá? ¿O serán los colores de mi cara? He de haber hecho una mala combinación. Te ruego me disculpes… Pero para alegrarte daré mis mejores saltos
-          Son ellos los que me entristecen

Perplejo por la respuesta, Sprint exclamó fastidiado:

-          ¡En la comarca toda, habráse visto cosa igual! Si donde Sprint va, alegría hay y admiración sin parangón… Vamos, vamos niño no digas sin sentidos, he de mostrarte mi último salto y verás cómo contento te pondrás.
-          Ya lo he visto.
-          Pero si no puedes haberlo visto. ¡Es mi última invención!
-          Al ver uno he visto todos.
-          Niño, te creí más astuto…¿no notas acaso la gran diferencia entre cada salto y contorsión? ¿No ves que un doble sprintist es muy distinto a un triple sprinter y un tirabuzón con vuelta diverso por completo a un remolino vertical?
-          Veo, sí,  que haces todo tipo de movimientos
-          Extraña idea es entonces la que tienes, niño. Dime cómo puedes distinguir todo tipo de movimientos y sin embargo decir que con ver uno has visto todos mis saltos.

Después de un largo silencio —bastante incómodo para Sprint por cierto— el niño se levantó  de la piedra blanca donde había estado sentado y tomando su mano le dijo:

-          He visto sólo un salto… Y es ése el que importa.
-          Cuéntame entonces, qué salto es aquél y lo repetiré para ti si es el que te importa
-          No necesitas repetirlo. Una vez dado, todo es alejarse y alejarse

Sprint no conseguía entender bien las palabras del niño, pero pudo percibir que no se refería tan sólo a sus movimientos habituales, así que le preguntó con ansiedad:

-          ¿Alejarse de dónde? No entiendo tus palabras… ¿a qué salto te refieres?
-          Pues al primer salto. Te he visto saltar de ti mismo.

Impresionado por esta respuesta, Sprint no tenía más que preguntar. No comprendía todo, eso era claro. Pero tan sólo confió y dejó que el niño lo guiara de la mano. Así Sprint empezó a caminar… Uno… dos… de nuevo la derecha, ahora la izquierda y se fueron sucediendo los pasos. Si algo sabía era que no podía saltar para regresar, debía caminar.


Gabriel Pereyra.