Hace veinte
años murió un joven llamado Christopher McCandless y hoy en día se ha
convertido en un ícono para muchos en Estados Unidos. Christopher terminó la
universidad con un profundo vacío interior. Estaba hastiado de la
superficialidad, del materialismo, de lo
falso e inauténtico de muchas personas, y buscaba una vida con sentido, una
vida libre y feliz. Así que decidió donar sus ahorros de 24 mil dólares,
desligarse de todos y de todo y, sin avisarle a nadie, emprender un viaje como
mochilero hasta Alaska donde viviría alejado de la sociedad y en armonía con la
naturaleza. Y así lo hizo. Llegó a Alaska y vivió unos meses solo, apartado de
todo y rodeado de un paisaje hermosísimo. Pero al cabo de un tiempo de
cuestionamientos y reflexión, se dio cuenta de que ahí no estaba la felicidad
ni el sentido de su vida y decidió regresar. Lamentablemente sus planes se
vieron frustrados. Ya era primavera y la
gruesa capa de hielo que había cubierto el río en invierno, se había derretido.
El río era ahora demasiado caudaloso y era imposible cruzarlo. Así que tuvo que
regresar al autobús abandonado que le había servido de refugio durante los
meses anteriores y esperar y esperar... Sin mapa, ni alimentos, ni
entrenamiento de supervivencia, Chris murió de inanición. El 6 de septiembre de
1992, dos excursionistas y un grupo de cazadores de alces encontraron esta nota
en la puerta del autobús: «S.O.S., necesito su ayuda. Estoy herido, cerca de
morir, y demasiado débil para hacer una caminata. Estoy completamente solo, no
es ningún chiste. En el nombre de Dios, por favor permanezcan aquí para
salvarme. Estoy recolectando bayas cerca de aquí y volveré esta tarde. Gracias,
Chris McCandless. Agosto ?». Los cazadores entraron al autobús y lo encontraron
muerto en su bolsa de dormir, con apenas
30 kilos de peso. Llevaba muerto más de dos semanas.
¿Qué impulsó
a Chris a hacer ese viaje hasta Alaska? ¿Qué lo movió a vivir solo en medio de
la naturaleza? ¿Un simple deseo de aventura? ¿El querer desligarse de todo y
fugar del mundo? Según lo que escribió en su diario personal, fue algo mucho
más profundo. Christopher estaba buscando un sentido auténtico para su vida,
una vida coherente con sus anhelos más profundos. Estaba buscando la felicidad.
Y la buscó a un altísimo precio.
A veces el
ritmo agitado de la vida, las necesidades económicas, las presiones sociales, ciertos
paradigmas superficiales y algunas exigencias autoimpuestas nos van llevando a
no escuchar el deseo interior por ser felices. En vez de ser el motor que nos
impulsa, la búsqueda de la felicidad queda relegada a un bonito ideal que tal
vez algún día se pueda atender. Poco a poco se va disociando la vida cotidiana
de la búsqueda de la felicidad. Y tarde o temprano esta opción se paga con
altas cuotas de frustración, vacío interior y sinsentido.
Creo que no
es difícil coincidir en que la búsqueda de la felicidad es una tarea personal
de gran importancia. El asunto es cómo estamos cumpliendo esa tarea. Tal vez un
buen punto de inicio es armarse de valor y en un momento de silencio interior preguntarse
con sinceridad: ¿Cuán feliz soy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Cómo puedo
ser más feliz?
Cristopher
McCandless sugirió en una de sus últimas notas que no es necesario irse a
Alaska para encontrar la felicidad… Tal vez el camino esté más cerca de lo que
se piensa. En todo caso, está claro que si se quiere encontrar algo hay que tomar la decisión de empezar a buscarlo. Ése es
el primer paso.
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